03 julio 2007

Cimientos de la novela Fantasmas Aztecas

por Ruth Levy



Una larga historia deslabona el camino del canto mágico primitivo hasta la obra literaria actual. La evolución del trabajo del escritor –con respecto a su autonomía en el quehacer de sus narradores y personajes– no llevó una línea tradicional ascendente. Si generalizo, ese progreso emancipatorio ha sido discontinuo; en la poesía arcaica, entre los musulmanes, los chinos, los vedas, los escandinavos, y los indígenas de América, el canto y la palabra eran considerados independientes del autor porque los había “inspirado la divinidad”. Se registran excepciones en grandes obras anteriores ya con el nombre, mas anexionado años después para mostrar una autoridad cultural que garantizaba la autenticidad del texto: Parábolas de Salomón, Salmos de David, Diálogos de Platón, Himnos de Homero, Fábulas de Esopo. El nombre del autor no comienza a reconocerse hasta en el Renacimiento.

La posición del autor frente al narrador circuló (también en el sentido de “caminar en círculos”) durante siglos por rigurosos modelos retóricos, poéticas normativas, estéticas filosóficas, etcétera, que, cada determinado tiempo, exigían de la mayoría de los escritores la institución de otros modelos de temas, de géneros, de técnicas; y aun el estilo estaba condicionado para que se pudieran obtener certidumbres de las fronteras del objeto literario.
Roger Chartier cita el estudio de Foucault: “Qu’est-ce qu’un auteur?” cuando en Libros, lecturas y lectores de la edad moderna, trata de las indicaciones cronológicas que identifican a los textos a partir de su relación con un nombre propio, relación donde el funcionamiento es completamente específico: el nombre del autor:
[...] los textos, los libros y los discursos empezaron a tener realmente autores (distintos a los personajes míticos, distintos de grandes figuras sacralizadas y sacralizadoras) en la medida en que se podía ser castigado, es decir, en la medida en que los discursos podían ser transgresivos (Foucault: 1991, p 63).

Gustavo Sainz, como por fortuna otros escritores, va a transgredir cualquier tipo de canon y a evadir trucos literarios en los que se han amparado tantos para criticar a su entorno; tampoco temió ser castigado cuando, desde su primera novela: Gazapo, ha escrito acerca de los medios de información, de la religión, o del sistema gubernamental y educativo; ni ha adoptado algún riguroso precepto literario. También Sainz ejerce su libertad de creación literaria; en Fantasmas aztecas la comparte con el lector y de ahí mi interés por profundizar en ella, por esudriñar en cómo está construida y presentada una historia, o qué modalidad de enunciación adopta un hecho narrativo.





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