01 junio 2007

Ecos de Gombrowicz en la novela de Sainz
Por Carolyn Morrow

Gustavo Sainz ganó un público internacional con la publicación de su primera novela, Gazapo, en 1965. La obra del autor de veinticinco años de edad llegó a representar, como ha notado un escritor-crítico, “un punto de transición en la narrativa mexicana.”1 La muy anticipada segunda novela de Sainz, Obsesivos días circulares, publicada en 1969, fue una desilusión para muchos. Aunque retiene varias de las técnicas estructurales y del lenguaje popular de Gazapo, la segunda novela resultó para algunos nada más que un relato desagradable del voyeurismo escrito en un estilo excesivamente hermético. Obsesivos días circulares es en efecto una novela menos accesible que Gazapo debido tanto a sus abundantes alusiones literarias y culturales como a su estructura fragmentada. Sin embargo, la aparente impenetrable complejidad de la obra disminuye considerablemente si el lector se acerque a ella con el conocimiento de algunos de los escritores que han tenido una influencia literaria en Sainz. Especialmente útil para un entendimiento de la obra es una familiaridad con las novelas del autor polaco Witold Gombrowicz (1904-1969). Examinada bajo la luz de las ideas de Gombrowicz, Obsesivos días circulares no resulta ser tan distinta de Gazapo y de las otras obras posteriores de Sainz, La princesa del Palacio de Hierro (1974) y Compadre Lobo (1978). De hecho, comparte muchas de las mismas preocupaciones básicas de éstas cuanto al hombre y la sociedad.

Gazapo inauguró lo que se conoce como el movimiento de la Onda en la literatura mexicana. Sainz y José Agustín, cuyas primeras novelas La tumba y De perfil aparecieron en 1964 y 1966 respectivamente, se hicieron los más prominentes de un grupo más o menos unido que escribía sobre las inquietudes de la juventud urbana. Sainz insistió en que no podía seguir en el mismo camino de Rulfo o Arreola: “Yo era un niño urbano que no conocía el campo, que a los 18 años nunca había visto una vaca, y a quien los problemas de la revolución no le tocaban.”2 Lo que sí les importó a Sainz y a los demás era una representación más fiel del estilo de vida, de los valores y del lenguaje de los adolescentes y adultos jóvenes no solamente de la Ciudad de México, sino también en el mundo occidental. Según José Agustín, el único punto de convergencia entre los onderos era su afición al rock and roll y no una determinada ideología, modo de vestirse, drogas o jerga.3 No obstante, Gazapo, en el proceso de celebrar el rito de pasaje de su protagonista, Menelao, revela aspectos de la nueva conciencia que sería manifestada después en el movimiento estudiantil de 1968. Sus adolescentes, como los de La princesa del Palacio de Hierro más tarde, representan una subcultura particular en oposición a la cultura de la mayoría. Como ha declarado Emmanuel Carballo: “Entre la risa y la blasfemia ellos anulan todo lo que era sagrado: los sistemas políticos, las doctrinas económicas, las costumbres tradicionales, la moralidad, la religión, el sexo, la familia, la bandera, los militares y, sobre todo, la novela misma.”4


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