11 junio 2007

Paisaje de Fogón



LAS LLANTAS SE nos hicieron pedazos; una de ellas tiene veintisiete parches. En el arenar se podían freír huevos de lo caliente que estaba, y todos los hombres, menos el General Molina y yo, terminaron insolados.
Es la tercera vez que recorremos el desierto por tierra. Exploramos hasta una región agreste que derrite y empavorece con su calor de hornaza y su silencio casi absoluto: un erial con gigantescas oquedades en forma de cráteres apagados y enormes dunas vírgenes que cubren todo el horizonte.
Molina iba manejando y juró haber visto a alguien que le hacía señas, pero al acercarnos comprobamos que sólo era una gobernadora mecida por el viento y no uno de los cuatro hombres desaparecidos. Total: regresamos cuando amainó un poco el calorón, por estar mal equipados para pasar la noche. Como quien dice: no hay que jugársela así nomás a lo tarugo.

HOY LA BÚSQUEDA duró más tiempo. Al Jefe ya se le echa de ver su miedo. Sabe que tiene toda la responsabilidad si la brigada muere, y contrató por fin los servicios de un avión Cessna piloteado por el gringo McGregor. Los acompañé en los primeros reconocimientos. El avión siguió la línea del ferrocarril hasta el kilómetro 132 y a partir de allí se internó por diferentes rumbos del desierto, pero no encontramos ni rastro de Bravo Menescal ni de ninguno de los otros. Observé al gordo del Jefe dándole instrucciones al Bolillo, como si él fuera aviador.

ENTRE OTRAS DISPOSICIONES igualmente pendejas, el Jefe ordena que el Departamento de Compras adquiera cohetes de señales. Vaya momento de prevenir accidentes. Después de ahogado el niño tapan el pozo. ¿Estarán aún vivos? No puedo preguntármelo sin temblar.

EN SONOITA DICEN que el ingeniero Bravo Menescal días antes de su desaparición en el desierto, invitó a comer a sus amigos de más confianza. En la conversación de sobremesa recordó la leyenda esculpida en piedra en la fachada del hotel Bárbara Worth, al otro lado de la frontera:

El desierto te espera abrasador
Y fiero en su desolación
Guardando sus tesoros
Bajo el signo de la muerte
Contra la llegada
De los poderosos y los fuertes

No sabía que el desierto realmente lo esperaba. Los jefes de la capital habían decidido localizar un nuevo trazo entre la Coconeta y Puerto Peñasco, del kilómetro 120 al 200, para satisfacer los deseos de ricos industriales de la zona que quieren explotar seriamente las salinas existentes muy cerca de la costa. En el momento de la convocatoria no fue muy bien la cosa y Bravo Menescal fue el único que pidió encargarse de la localización de esa vía…




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