27 mayo 2005

Si no se lee aún más en este país a un escritor como usted, es por esta generación mía, ciega, y desheredada

Maestro:

Esta carta que le escribo es para agradecerle su dedicado trabajo con la palabra. Tenía catorce años cuando, hurgando la biblioteca de mi padre, hallé Compadre Lobo, fue en ese momento cuando se me apareció un infinito mundo, el de la literatura en español, para decirlo de una manera muy general. Había leído la "clásica literatura juvenil": Dumas, Verne, Salgari, Twain y Quiroga. Después de cansarme de piratas e islas de tesoros, me eché un clavado en Sartre, Kafka, Hemingway, Dostoievski, Hess, etc. No contaba con que Compadre Lobo correría para mí el telón del inmenso listado de autores y libros que cambiarían mi manera de sentir la experiencia como lector, y sobre todo, que me empujarían, en correspondencia, a tallar por mi cuenta y comenzar a escribir.

Hoy, diez años después, una vez leídos Gazapo, La princesa del palacio de hierro, Obsesivos días circulares y Paseo en Trapecio, también debo agradecerle por sus antologías, que me han llevado a revisar a Mojarro, Alfonso Reyes, José de la Colina, Puga, Pitol, Pacheco, bueno, a casi todos los incluídos en cada selección (si sigo nombrándolos me llevo la carta en ello) "Ritos de iniciación", "Corazón de palabras", "Los mejores cuentos mexicanos".

De manera especial quiero contarle que por el rescate invaluable de Ojalá te mueras no me alcanzan las palabras para el reconocimiento que necesito expresarle. Me he convertido en un promotor incansable del libro (a mi escala), y no quiero cansarle contándole las razones estéticas por las que lo considero uno de mis tres libros predilectos. He seguido su práctica de copiar personalmente para gozar cada una de las líneas letra a letra, en especial el primer capítulo de esa obra maestra.

Es a este dedicado trabajo con la palabra al que me refiero cuando le agradezco su labor, porque no solamente con sus libros me llenó de letras las noches adolescentes y porque mis cartas amorosas iban coronadas por alguna pequeña cita en la que mi Amparo Carmen Teresa Yolanda podía leer al final "G. Sainz". Tampoco basta decirle que en incontables ocasiones en que pasé conversando con mi padre y mis amigos allá en Progreso, Hgo., por tema tuvimos sus textos, y aún me faltaría decirle que si no se lee aún más en este país a un escritor como usted, es por esta generación mía, ciega, y desheredada.

Y es que, a pesar de las excepciones, me duelen los que como yo son jóvenes, pero sin pasado y sin intenciones de rescatarlo. Al parecer, en el caso especial de la literatura, lo que importa es la vanguardia; los poetas canadienses o los escritores portugueses... sí, lo son como en su momento lo fue la literatura de la Onda, sin embargo me parece que hay una diferencia clara entre los jóvenes de hoy y los de entonces, entre los del 68 y los que hoy ponen a Bob Marley y al Ché en su recámara, nostálgicos de... ¿qué cosa? Sé que estoy dibujando estereotipos, pero es que de plano me parece vergonzoso que prácticamente (pongamos una cifra) 98% de los de mi generación jamás se han acercado a un Rulfo, Paz, Arreola, Leñero, Ibargüengoitia, Fuentes, Yañez, etc. Mucho menos pedirles se asomen tantito a un Borges o Asturias... ni siquiera (ya que tiene monitos) a A. Jiménez.

Sin embargo, a nombre de ese 2% que vivimos de la palabra, le agradezco de nuevo por su trabajo, por explorar de manera más seria las posibilidades que tiene el español y por regalarme mágicas horas y recuerdos en mi vida, ya sea frente a una página o cuando he encontrado a mi Amparo Carmen Teresa Yolanda, a mi Vestida de Hombre, dejando sus libros de ser lo que otros califican como "ensayos narrativos" para convertirse en parte de mi historia. Gracias maestro.

Hoy trabajo con la palabra también, y aunque ya trabajé en cuento, estoy terminando mi primer libro de poesía. Y esto es en gran parte porque quiero participar de ese esfuerzo de reinventar el mundo por medio de las letras, y ha sido gracias a escritores como usted que me han abierto los ojos y la piel a esa aventura de leer y de crear.

Esta carta que ha tomado por caminos que no preví, no es un recuento de mis ideas sobre la literatura o esbozos biográficos salpicados de figuras ya clásicas de las letras. Es simplemente, mi reconocimiento como lector hacia un escritor esencial en su biblioteca, en su memoria, en cada página, así donde frente a frente cada palabra es símbolo, cómplice, o como usted, recuerda, una carta circular a los amigos a quien escribe. Yo, desde este lado de la tinta, quiero decirle que soy, sinceramente, su amigo.


Guillermo Garmendia Barrera

1 comentario:

Anónimo dijo...

hermosa y emotiva, con sentimientos e ideas propias que muchos de "esta generacion" tenemos miedo de encontrar en nosotros por el simple hecho de parecer ridículos, cursis, o tontos, gracias guillermo por ser una voz extraordinaria de nuestra generacion
tai