26 enero 2006

A 40 años de Gazapo : Ignacio Trejo Fuentes

Cuando aparecieron las primeras novelas de José Agustín y Gustavo Sainz: La tumba (1964) y Gazapo (1965), la crítica las desestimó aduciendo que no eran literatura, o al menos literatura seria, ortodoxa. Puede entenderse ahora que los rígidos analistas no estaban preparados para enfrentar propuestas distintas a las que estaban acostumbrados por los también “serios” novelistas mexicanos.

Y eso que para entonces nuestros narradores se habían bajado del caballo para subirse al avión, encabezados por Martín Luis Guzmán, Agustín Yáñez. José Revueltas, Juan José Arreola, Juan Rulfo y Carlos Fuentes: libros como Al filo del agua abrieron las puertas a la modernidad literaria, de modo que la ceguera ante las obras iniciales de Agustín y Sainz no pudo ser sino rescoldo de provincianismo crítico. Y es que, ciertamente, las novelas de estos jóvenes (tenían veinte y veinticinco años, respectivamente) iban por rumbos temáticos y técnicos del todo distintos, como también lo fueron las de sus coetáneos Jorge Ibargüengoitia (Los relámpagos de agosto), Femando del Paso (José Trigo), Salvador Elizondo (Farabeuf), Vicente Leñero (Estudio Q) o José Emilio Pacheco (Morirás lejos). Menudo lío el de los lectores profesionales: los autores citados no hablaban ya de inditos ni de balaceras y asonadas. sino de otras cosas: los ritos de iniciación de jovencísimos clasemedieros capitalinos. la parodia de la Revolución Mexicana, la ciudad de México convertida en caudal de palabras. la tortura como planteamiento filosófico y lingüístico, las marañas de la televisión o la confrontación de asuntos mexicanos con otros extranjeros, cada cual mediante recursos más que novedosos en esos momentos. Qué dificil leer a Del Paso, a Elizondo, a Pacheco; ¿pero a Agustín y a Sainz (y a Ibargüengoitia)?
La tumba y Gazapo desconcertaron porque en apariencia estaban concebidos bajo conceptos muy poco literarios, su lenguaje era el hablado por los jóvenes de clase media del Distrito Federal y las cosas que contaban resultaban “niñerías”, “insignificancias”; de seguro irritaba que los protagonistas hicieran albures, tomaran malteadas en el Sanborns de Lafragua o en o comieran hamburguesas en La Vaca Negra, que utilizaran grabadoras o se la pasaran hablando por teléfono, que recurrieran con frecuencia al idioma inglés y prefirieran el rock and roil antes que Ray Conniff. Pero, cuidado, la aparente falta de composición era en realidad una serie de inteligentes estructuras, el lenguaje el más apropiado para los personajes y su circunstancia, y éstos, a fin de cuentas, rescataban por vez primera, en serio, a los adolescentes como protagonistas principales: antes no aparecían en nuestra novelística, y si lo hacían era sólo como figuras secundarias, como meras comparsas, acaso como elementos decorativos: en las novelas de Agustín y Sainz se alzan como auténticas primeras figuras. y por si eso friera poco, hacen suyas, personifican las ebulliciones que toda una generación a nivel mundial llevaba dentro, concentradas en la rebeldía ante la autoridad (familiar, religiosa, escolar, estatal). Podría decirse, y no sin razón, que la juventud es rebelde por antonommasia. pero en la novelística nacional el asunto no había sido manejado con propiedad, quizá ni por equivocación: debieron aparecer escritores asimismo jóvenes para poner sus cartas sobre la mesa y hacerse oír.
Con el tiempo, la incorporación de la juventud a la literatura mexicana por esos dos autores ha sido más o menos aquilatada, vista con la justicia que merece, aunque su ejemplo no queda sólo en eso: aquellos dos abrieron las puertas para que otros escritores vieran que era posible escribir sin corsés y sí con desenfado, con humor y además hacerlo de cualquier cosa, y recuérdese que para los críticos lo que contaban Agustín y Sainz era cualquier cosa. En suma, abrieron más de un clóset.
He leído Gazapo con motivo de su cumpleaños número cuarenta, y quiero compartir algunas opiniones al respecto.
Lo que se cuenta en la novela ocurre en la ciudad de México en la primera mitad de la década de los sesenta, y sus personajes (Menelao, Vulbo, Gisela, Bikina, Mauricio, Jacobo, Nácar...) son adolescentes que viven en las colonias Del Valle y Narvarte. Se reúnen en la escuela o en la calle o en sus casas para contarse sus cosas: broncas con otros muchachos, aventuras disparatadas (raptan a la abuela enferma de Menelao y la llevan a remar al Lago de Chapultepec). Sus intentos de seducción y, principalmente, los conflictos familiares. Menelao, que vive con su padre y su madrastra, se va de la casa; su novia Gisela tiene prohibido salir con él; Mauricio pide refugio a Menelao en su departamento; Nácar es viuda a los dieciséis años. Para contarnos esto, el narrador, Menelao, no se pierde en detalles ni hace berrinches ni juicios sociológicos o morales: nos habla de su situación y ya: se fue de la casa porque su padre es mandilón de su mujer, la madrastra, y ésta y el hijastro no se soportan. Tan fácil. Y así, tan fácil, va por la ciudad, por la vida, sin mayores apremios económicos, empeñado en cogerse a Gisela y arropado en su soledad por sus fidelísimos amigos.
Valga decir que los personajes de Gazapo son más fresas que los de La tumba, de José Agustín, pues mientras en ésta la ruptura de los lazos familiares es definitiva y abundan el sexo y el alcohol y aun la droga y el ‘desenfreno” (el protagonista hace el amor con su tía), en Gazapo la rebelión mayor es irse de casa, mas prevalecen la “castidad” entre los novios (la relación sexual que se da entre dos de ellos parece ficticia), la ingestión de jugos de fruta y refrescos y cuando mas fumar cigarros. Sin embargo, subsiste un soterrado deseo de desquite de los adolescentes en contra de los adultos: por eso roban un automóvil, raptan a una anciana y están al tanto de las acciones de los trangresores para unirse a ellos y ayudarlos a cobrar venganza de los agravios.
Vale la pena hacer referencia a los modos de contar de Gustavo Sainz. Como dije, en su novela prevalece el lenguaje propio de sus protagonistas. se son fieles el uno al otro, pero hay una reelaboración artística, literaria, de modo que las palabras cotidianas y las mentadas y los albures conviven armoniosamente con las “domingueras”, con adjetivos audaces y con figuras de la mayor precisión y elegancia: se sabe así que el autor y sus narradores conocen la palabra exquisita, mas optan por la más adecuada en el momento apropiado del discurso. De ese modo, éste no parece pretensioso, o fuera de lugar o acartonado: hubiera sido patético toparnos con latinajos y grandes metáforas en boca de esos adolescentes cuyos referentes literarios son La pequeña Lulú y los libros obligados en clase. Hablan como tienen que hablar, y por eso resultan frescos, creíbles. Tal vez esa falta de afectación hizo que los críticos echaran de menos los alardes verbales de Guzmán, Yáfiez, Rulfo o Arreola. Pero hay más, en cuanto a la técnica.
La trama de la novela está puesta en presente, y aunque el narrador fundamental es Menelao se permite la alternancia de otras voces mediante charlas telefónicas, las páginas sin puntuación del diario de Gisela o los registros en la grabadora de cuanto dicen los amigos de aquéllos. Y de que hay alardes técnicos los hay, si consideramos la edad del autor en ese tiempo. Por ejemplo, la página inicial, la que encontramos cuando no sabemos de qué se trata, quién habla, etcétera, vuelve a aparecer, íntegra, tal cual, más adelante como registro magnetofónico. Es decir, Menelao escribe al mismo tiempo que graba, o viceversa, y eso despeja toda ingenuidad del texto y le confiere una audacia singular. Como parte de ese despliegue técnico, debemos observar que Sainz da al traste con la estructura ortodoxa que impica inicio, clímax y desenlace. y empieza o continúa o culmina en cualquier parte, donde le da la gana sin que eso afecte el corpus de la obra y la hace, al contrario, un flujo firme e incesante.
Es muy posible que a los lectores actuales, Gazapo les parezca, desde el punto de vista temático, contemporánea de los dinosaurios, pero es importantísimo no dejar de lado que era lo más vivo en el momento de su aparición: sus personaes y su entorno son fieles encarnaciones de los jóvenes capitalinos de los sesenta, cuando la rigidez de los patrones familiares, religiosos, educativos, políticos, era extrema: se tenía que hablar con corrección y sin palabrotas, había que ir misa y comulgar, asistir a clases bien planchaditos y con el pelo controlado con limón, aprender completo el himno nacional y mostrar adoración por los héroes y símbolos patrios. Imposible desobedecer a los padres o a los mayores, los manotazos y los jalones de orejas y de patillas estaban a la orden del día. Igual ocurría con los maestros y prefectos. Con los representantes de la autoridad, ni se diga. Era, sin duda, una sociedad asfixiante para los jóvenes, se vivía casi con camisa de fuerza, y romper las reglas significaba un suicidio, romperse la madre a sí mismo. Eso era más flagrante en el caso de las mujeres, aun las habitantes de la modernísima ciudad de México vivían como enclaustradas: por eso no tardaron en enarbolar la moda de la minifalda, y ellos el pelo largo y el peace and love y las canciones extranjeras que proclamaban ideas de libertad en todos los órdenes. Por eso, nada más ni nada menos, fueron los jóvenes quienes en 1968 nutrieron las enconadas manifestaciones de rebeldía ante el Poder (otra vez: político,
religioso, social, familiar) en Praga, París, Los Ángeles y la propia ciudad de México. Puedo asegurar. sin ningún rubor ni timidez, que en las novelas de Agustín y Sainz está retratada esa inconformidad, tal ebullición de ideas de rebeldía. así sea matizadas por los incipientes arrebatos de los protagonistas: fumar marihuana, escuchar rock, alburear, irse de casa.
¿Cómo se lee Gazapo cuarenta años después? En el caso de mis contemporáneos cincuenteros, con nostalgia; en el de las nuevas generaciones, quizás con asombro ante cosas que les parecen ingenuas (ahora que tienen acceso a las maravillas cibernéticas, la presencia en la novela de una grabadora debe parecerles prehistórico, pero entonces era algo extraordinario). Lo último puede ser sólo si se le con ingenuidad, si no se hace esa doble o triple lectura necesaria para ubicar la novela en su contexto. Gustavo Sainz, con José Agustín (habría de agregárseles Parménides García Saldaña), abrieron puertas tanto temática como técnicamente: a partir de ellos, los narradores se percataron que no era necesario ponerse el smoking o la corbata antes de sentarse escribir, que todo y no sólo Los Grandes Temas era susceptible de ser literaturizado, siempre y cuando hubiera detrás inteligencia creativa, conocimiento. ¿Qué hubiera sido de escritores como Armando Ramírez o Luis Zapata o Juan Villoro o Enrique Serna, por mencionar sólo algunos, de no haber conocido antes de fraguar sus propias novelas a José Agustín y Gustavo Sainz? Dificilmente el primero hubiese podido publicar, con gran éxito, además, libros como Chin Chin el teporocho; y el segundo Hasta en las mejores familias y El vampiro de la colonia Roma, que abrió a su vez las puertas grandes para la literatura de tema homosexual en este país, antes tema tabú. Creo que ellos, y sus propios seguidores o émulos, deben mucho a los
autores de La tumba y Gazapo (y luego De perfil y Obsesivos días circulares, Se está haciendo tarde [final en laguna] y La princesa del Palacio de Hierro).
Los autores de lo que John S. Brushwood llamó juvenilismo y más tarde Margo Glantz rebautizó como literatura de la onda, tienen, con aquellas sus novelas iniciales, una platea de lujo en el concierto de la literatura mexicana. No sólo rescataron a los adolescentes como figuras protagónicas de primer orden, sino quitaron el cerrojo a las formalidades temáticas y técnicas: a partir de ahí, jugar con el lenguaje, con las formas de manera radicalmente opuesta a como lo hacían sus antecesores y aun sus contemporáneos (mencionados ya al principio de estas notas), se hizo algo común y corriente. Parte de ese encumbramiento obedeció al conocimiento que tenían de la literatura mexicana y extranjera: leían a Rulfo y a Fuentes, sí. pero también a Joyce y a Proust y a Fawlkner y, principalmente, a J.D. Salinger y su The Catcher in the Rye (novela que tuvo mucho que ver, muchos años después, con la muerte de uno de los grandes iconos de la décadade los sesenta, John Lennon). Eran, también, desaforados cinéfilos y melómanos.Y no debemos olvidar que ambos, Agustín y Sainz, trascendieron lo entonces novedoso de sus propias obras y se brincaron muchas trancas: las promovieron en programas de radio escuhados por los jóvenes de entonces (¿Radio Éxitos, Radio 590, Radio Mil?), y encontraron respuestas más que halagüeñas: sus libros, que habían sido publicados en editoriales importantes (publicar en la Serie del Volador de la editorial Joaquín Mortiz era la gran ambición de los autores mexicanos). fueron acogidos con sobrado entusiasmo por los lectores jóvenes, y desde entonces se han reimpreso una y otra vez: era que esos lectores se reconocieron en esos personajes y en esas circunstancias, hallaron en las páginas de esos escritores lo que hubieran querido decir ellos, o lo que no sabían o no habían leído de sí mismos.
¿Y qué hubo después de esa incursión pionera de Agustín y Sainz? El primero siguió siendo fiel a su mundo de jóvenes desmadrosos aunque en el fondo serios y pensantes, aunque claro, con las herramientas narrativas cada vez más pulidas. Sainz, por su parte, fue alejándose de ese universo a partir de Obsesivos días circulares y optó por la incesante exploración de nuevas estrategias narrativas, hizo novelas basadas sobre todo en la experimentación más audaz desde el punto de vista formal: novelas suyas como Salto de tigre blanco o La muchacha que tenía la culpa de todo son rara avis en nuestro panorama, y en otros (Agustín experimentó hasta los límites en Cerca del fuego , pero luego retomó su rumbo natural).
Leída a cuarenta años de distancia, Gazapo, me parece, conserva su frescura, su indiscutible fuerza narrartiva. La he releído con absoluto entusiasmo y encuentro que sigue tan campante. Si a eso agregamos los méritos señalados atrás, no cabe duda que negar su vigencia, su salud, sería necio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

no pss la vdd yo si stoy d acuerdo con lo ke dice porke lei gazapo hace pokillo y pss si me gusto y como que la relacione con mi vida y eso y si me parecio interesante y no monotona como algunos otros libros.

saludos...

att. El Wero Torres

Los amorosos son locos, sólo locos, sin Dios y sin diablo